La niña escuchó la bomba y sus deportivas de petunias temblaron con el suelo. Miró la frondosa copa del árbol y lejos de asustarse sonrió al vislumbrar la presencia del Sr. Fantasma allí colgando. Tenía las rodillas ensangrentadas y la boca le sabía a uvas desolladas.
— Hay que...— gimió al escuchar la última bomba racimo.— Hay que buscar un lugar seguro para quedarse.
— Bajo el cielo siempre es seguro.— paladeó balanceándose graciosamente el fantasma.
— Aún no conoces bien a los humanos. ¡Ellos son malos! Hay que buscar un lugar escondido del cielo donde no haya pájaros metalizados.
— Cierto. Solo te conozco a ti, Meira. De los humanos ni rastro.— después se descolgó de la hirsuta rama y propuso abriendo un agujero en el tronco.— Le diré al árbol que te cobije dentro, te alimente de savia y te convierta en ninfa del bosque. Así ya nunca sentirás vergüenza de ser humana. ¿De acuerdo?
— Hmmp...— asintió salivando jugo de mora y sacudiendo las hormigas internas que le subían por las rodillas.— ¿Pero qué es una ninfa?
— Una ninfa es una leyenda humana. Algo que ellos inventaron y en lo que no creen, tal y como dios. ¿Tú no quieres ser como ellos, no? Entonces siendo una ninfa podrás ser lo que quieras ser, Meira. Lo que tú quieras menos humana...
— Menos humana.— juró mientras se quitaba las zapatillas de petunias y las colocaba en el agujero del viejo árbol israelí donde ponía 'Sagrado Árbol de Mamré'.
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